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De la literatura después del pasaje

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Sobre lo romántico y lo real de vender novelas en los buses y la necesidad de creer que es el mejor lugar para hacerlo

Miguelibros

Para Miguel el verde es el color más adecuado y la ruta 36 la más productiva. Son más de las ocho de la noche y él está en un paradero B de la Avenida Abancay, a metro y medio de la puerta abierta de un bus que espera a que la luz del semáforo cambie y que los pasajeros terminen de subir. Miguel acecha la puerta del carro con la misma agudeza que lo hace con el semáforo y sus colores. Cuando el momento se presta lanza dos pasos apresurados, adelanta el maletín y sube al bus como otro pasajero más. Ahora tiene la excusa perfecta para no bajar sino hasta el próximo paradero o más allá. Soplan las puertas, Miguel empieza a trabajar. Sabe que si bien un bus no es el mejor ecosistema para sus productos, quizás si es uno de los más rentables para ofrecerlos.

La estrategia principal en el negocio de vender novelas en los buses, es escoger a uno en el que nadie viaje parado y estorbe la visión de los pasajeros que podrían estar interesados en el título de turno que Miguel lleva en su incómodo maletín, más adecuado para un visitador médico que para alguien que conoce la discreción de una novela. El contacto visual es importante y necesario. La persona que retiene una mirada por más de dos segundos es un comprador potencial  y hay que volver a buscarlo varias veces para terminar de convencerlo. Y es que la mirada genera confianza y Miguel lo comprende bien desde esa cualidad adquirida de una persona rehabilitada de vicios juveniles.

– Para la sociedad. la puta y el alcohólico son lo peor y nunca dejarán de serlo, dice. Ahora vende novelas y está convencido de que la literatura puede salvar a las personas.

Un bus es una caja de pandora con puertas retraibles tanto para los que suben como para los que bajan, porque nunca se sabe a ciencia cierta qué es lo que se va a encontrar. Pero un profesional tiene que conocer su ciencia y Miguel tiene estudiadas al dedillo las rutas y las estrategias de su quehacer. Por eso, encontrar a la ruta 36 en un paradero de la Av. Abancay, y con ningún pasajero colgado de los pasamanos, es una bendición que rinde a primeras horas de la noche con una venta de hasta tres novelas en un viaje. La meta del día es de veinte. Así, la 36 viene a ser como un dios mastodóntico, metálico y de ronquido grave. Y el paradero, su iglesia. Aunque solo para sus fieles como Miguel y otros tantos ambulantes sobre ruedas.

El horario impuesto va de diez a diez, y las rutas, aunque suelen ser distintas, tienen un mismo patrón: los paraderos más lejanos y, por lo tanto los primeros, son centros de comercio tan grandes como la conocida Plaza Norte o el legendario emporio de Gamarra. Espacios que generan una vía por donde los ciudadanos, a manera de acólitos infieles, van a perder sus tiempos y su dinero. Un camino al que Miguel atiende con la dedicación de un evangelista que predica la fe hacia autores peruanos y extranjeros, además de la importancia de la lectura y sus beneficios. Hoy en día un producto cada vez más exótico.

En algunas ocasiones se viste de una toga de color distinto e invoca a un dios de una corriente incierta en el paraíso de la literatura, y todo solo por un módico precio de menos de 2 cifras y según lo que dicta el maletín. Y es que a los viajeros de estos destinos siempre se les encuentra con dinero antes de ir a gastarlo o con el sencillo de lo que sobró de la suma preventiva antes de la compra.

– Déjame ver si me alcanza.

Cuando la tarde cae, los tramos se reducen al centro de Lima y sus alrededores. Las rutas de los hombres de saco y corbata, de los oficinistas y estudiantes. Ya de noche, la ruta final se reduce a un paseo corto de ida y vuelta en la avenida Abancay y sus buses grandes y espaciosos donde colocar el gran maletín sin incomodar a nadie y desde de donde, al final, regresar a casa disfrazado de un pasajero más.

Miguel empezó a vender en Arequipa donde vivía antes y a donde regresa de rato en rato para de ahí viajar hacia Ilo a visitar a su hijo. Quizás sus cortos años universitarios en la carrera de Derecho lo convencieron de que este era el rubro en el que podría desenvolverse con buenos resultados. No es un improvisado y, aunque en doce horas de viajes y cerca de medio centenar de buses, solo un promedio de veinte personas saben o sabrán que la sinopsis que Miguel hace de la obra que lleva no es un resumen de colegio o de editorial: es un resumen sincero de un lector educado en las exigencias de su trabajo.

Para miguel, Eugenia Grandet, la novela de Balzác, que ahora está leyendo para vender próximamente, no será una obra de avaricia descomunal de una época en que los títulos aristocráticos valían vidas. Fechas en las que las mujeres y sus bodas eran moneda de cambio. No. Esta será una obra de técnicas varias para aprender a ahorrar pero sin llegar a ser, necesariamente, avaros y malvados.  Pues Miguel tiene una técnica: lee la obra completa, escoge pasajes y elabora una idea. Todo con el objetivo de hacer que el libro sea lo más agradable y útil para las personas. Es literatura y su objetivo, para Miguel, es hacer que las personas sientan que han ganado algo, que lo que están comprando es importante, y que además sea una venta segura para solventar luego los gastos de casa y demás.

– Hay que saber por dónde darle a la gente, dirá, mientras espera otro bus, como buen profesional de avenidas y paraderos. Es cuestión de estrategia.

De cada obra que compra y vende siempre se queda con un ejemplar. Si la vida le ha enseñado a Miguel que un transporte público puede hacer las veces de librería, entonces unas cajas y un pequeño espacio en un ropero podrían, sin lugar a dudas, ser un perfecto lugar para guardar las reliquias personales para próximas lecturas. Y es que cuando se compite con el bullicio de las calles, de cobradores, y las radios a todo volumen, para hablar sobre una novela y la promesa de la lectura (una actividad a la que Vargas Llosa define como exclusiva y excluyente), se aprende a lidiar contra otras dificultades como el litigio de su terreno con alguien que se apoderó de sus papeles ilegalmente, como la hermana en casa y sus vicios, como el hijo a la distancia y la sobrina escolar que no tiene más apoyo que él y sus desubicados autores. En fin, como el prejuicio social que lo obliga a no hablar libremente de su pasado juvenil y sus errores como si se tratase de una enfermedad contagiosa e incurable.

Con figuras como esta en la mente regresa Miguel a su casa por las  noches, al lado de una ventana y bajo el amparo del pasaje reglamentario. Entre sus rutinas también se cuenta la de dormir en medio de una lectura. Aunque, por estos días, con el aviso de una posible construcción en su terreno por parte del invasor, la preocupación le ha llevado a dejar de lado la irrealidad de sus autores para ponerse a pensar en los posibles movimientos que tendrá que hacer para no dejar que el invasor se quede con todo el terreno. Está conversando con Abogados y ex compañeros universitarios para armar así su venganza. Quizás no es casualidad que el título de turno en su maletín por estos días sea  “Grandes Miradas”, la obra del autor Alonso Cueto en la que se narra la historia de la venganza de una mujer que quiere acabar con el responsable del asesinato de su pareja: “El Doc”. Una obra basada en la realidad y ambientada en las fechas de corrupción y asesinatos del gobierno de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. No sería muy descabellado pensar en que quizás Gabriela Celaya, la protagonista principal de la novela, haya maquinado gran parte de su venganza en cualquier bus de regreso a casa.

Y es que un bus de transporte público, así como una novela, es una promesa incierta de aventuras y desventuras. Un bus puede ser para algunos un instante quieto. Una pausa al ajetreo de la ciudad, un lugar donde se resuelven a deshora las preguntas de un examen, uno donde se sale de la presura con el maquillaje de cartera.  Un lugar donde se puede estar muy solo a pesar de estar muy acompañado. Un bus también es una posibilidad más que un problema. Una oportunidad más que un tiempo perdido. Un lugar perfecto para vender novelas y para leerlas.

Así empezó a vender Miguel: resolviendo su pasado después de lecturas y con el apoyo de la ventana de un bus. Así se acompañó de Werther, el joven enamorado de la obra de Johann Wolfgang von Goethe que no puede conseguir a la mujer de la que se enamoró porque ella está casada con otro hombre. Así la obra que en su momento, se dice, llegó a generar una ola de suicidios en Alemania y a su vez abrió el paso al romanticismo, a Miguel, un peruano ambulante del centro de Lima, le ayudó a sobrevivir a su pasado cuando este era presente. Y es que hay que ser un romántico real para atreverse a vender novelas en un bus de transporte público y creer que es rentable en una época en que la gente lee cada vez menos. Se tiene que alzar la cabeza sin vergüenza y decir con certeza de licenciado:

– Es que Werther es el héroe del amor.

Written by andrehcast

2015/11/28 a 4:40 PM

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